¿Qué es eso llamado terapia?
Entre miedo y esperanza.
Leyendo el libro de Irvin Yalom, El don de la terapia, que está dirigido a terapeutas en formación, sentí el impulso de escribir algo acerca de la terapia y dirigirlo a todas esas personas que se preguntan...
*¿Qué es eso de la terapia?*
Estos párrafos son para todos aquellos que tienen curiosidad, miedo, algún juicio al respecto, e indiscutiblemente para quienes se atreven a sentarse junto a un completo extraño a observar y descubrir juntos el atemorizante y apasionante mundo del sí mismo.
A lo largo de este blog trataré de dar dos versiones personales: como terapeuta y como consultante.
Como consultante, recuerdo que antes de decidirme a tomar mi primera sesión, mi mente estaba llena de pensamientos. Me imaginaba tratando de verbalizar mis problemas relacionales y emocionales, hundida en un llanto incontrolable, con el corazón latiendo a mil, sintiéndome como una niña vulnerable ante el otro, y eso me aterraba.
Como es de esperarse ante todas esas imágenes mentales y, en consecuencia, ante ese miedo intenso, lo siguiente era buscar excusas para no hacerlo.
Pero, al mismo tiempo, notaba un deseo de poder expresar lo que pensaba y sentía, un anhelo de sentirme vista, escuchada y comprendida, imaginando que eso le daría algún sentido a todo lo que estaba pasando tanto dentro como fuera de mí.
Quisiera contarles que mi primera aproximación a un terapeuta fue cuando tenía alrededor de 23 años, después de haber sufrido un ataque físico en la calle mientras regresaba de la universidad a mi casa.
Ya les contaré un poco más al respecto en el apartado del blog dirigido a la ansiedad y a las experiencias traumáticas.
Regresando a mi dilema de tener un impulso de huir de la terapia, pero al mismo tiempo deseando desahogo, comprensión y acompañamiento, escuché mi necesidad de darle sentido a tanta bruma en mi cuerpo y mente, y fui a la facultad de Psicología de la UNAM. En ese entonces, no se contaba con la magia del internet, así que fui y pregunté cómo recibir atención en la clínica de la facultad. De ahí, fue un caminar entre un estudiante, otros terapeutas y la recomendación de un terapeuta especialista en procesos cognitivo-conductuales, quien me acompañó y me ayudó a comprender cómo funcionaban mis pensamientos, emociones y conductas al tratar de afrontar el hecho traumático que viví. Descubrí que una sabiduría interna me ayudó a afrontar no solo ese, sino otros traumas previos que, de alguna manera, sabía y no sabía que había vivido tiempo atrás. También entendí que no siempre es efectivo actuar según las emociones, aunque, como siempre les digo a mis consultantes, "es más fácil decirlo y comprenderlo que hacerlo".
Entonces, ¿qué es eso de ir a terapia?
Yo diría que, para mí, esta experiencia es reconocer que algo pasa dentro o fuera de ti que te duele, y que una parte de tu ser pide ayuda. Es como una sed emocional no definida que pica por dentro, y sabes que existe una persona que puede escucharte, pero al mismo tiempo sientes incredulidad de que pueda ser de utilidad, y una esperanza de que sí lo sea. Pero cuando estás en ese espacio físico, ahora virtual, donde observas un rostro por primera vez—una cara extraña que te observa y que parece mostrar interés en lo que le dices—tu corazón late, tus manos sudan, tu voz fluye incluso sin saber cómo lo logras, y en otros momentos te paralizas sin saber qué pensar, qué decir o qué hacer.
De acuerdo con mi historia de aprendizaje, he aprendido a inhibir y tener control sobre mi cuerpo, pero para ello tuve que mantenerme alejada de las emociones y de la expresión de ellas. Por lo tanto, cuando hablé de ellas, la emoción se desbordó, e incluso hoy en día me sigue pasando. Mi nivel de sensibilidad es alto; antes me avergonzaba e incluso temía por ello, pero ahora lo acepto como parte de mi vida y como algo que me acompaña en mi relación con mis consultantes. Pero entonces conocí algo que no había vivido antes: observé una mirada validante, un tono tenue y claro que repetía lo que yo había dicho, pero de una forma que parecía tener mucha claridad, como si hubiera acomodado todo lo que dije y, al hacerlo, le diera sentido. Recuerdo que pensé: "¡Ah, caray! ¿De verdad eso dije?" Era como brujería, como dice una de mis consultantes.
Conocí expresiones de respeto hacia mi emoción y pensamiento. No hubo cuestionamientos ni invalidaciones, como estaba acostumbrada en mi vida, incluso por mí misma; en cambio, el terapeuta explicó y dijo comprenderme. Pero no solo lo dijo, sino que su tono de voz, su mirada y sus palabras me dieron la inexplicable impresión de que era verdad. Y entonces, en ese momento, no me sentí sola. La experiencia de validación en mi cuerpo era tan intensa que surgió en mí un impulso de seguir hablando y hablando.Todos tenemos una vida llena de historias por contar, pero algunas de esas historias influyen en lo que pensamos, sentimos, como nos vemos y relacionamos con el mundo. En terapia aprendemos a comprender nuestra historia y relacionarnos mejor con ella. Sólo así podemos a ver el mundo desde el aquí y ahora, lo que nos permite construir una vida de mayor calidad. En terapia, ya. no nos sentimos solos.